El marketing que solo resalta los beneficios mensurables racionalmente, las innovaciones o el precio bajo de un producto pasa por alto cómo funciona nuestro cerebro. Los mensajes publicitarios son efectivos sobre todo cuando brindan una carga emocional al producto y a la marca. No obstante, no basta con que los clientes apaguen el cerebro y tomen las decisiones que les pide el corazón. En realidad, el marketing emocional debe, mediante el manejo de las emociones, dar a la marca una imagen que guste y genere confianza.
Una campaña política para unas elecciones es un buen ejemplo. Una campaña electoral no se ganará los corazones de los votantes con ideas racionales. En vez de usar argumentos, los pósteres electorales suelen llevar eslóganes sencillos, mensajes llamativos y palabras provocadoras. Abordan los miedos, la ira y las esperanzas de los votantes y los manipulan a nivel emocional.
El eslogan de la campaña de Donald Trump de 2016, “Make America Great Again!”, o el de Barack Obama para la campaña de 2009, “Yes, we can!”, son ejemplos actuales de la efectividad del marketing emocional. En vez de plantear objetivos electorales concretos, implicaron las emociones de los votantes con mensajes muy genéricos. Y, obviamente, esto dio mejores resultados que los argumentos racionales.
Los eslóganes de Obama y Trump son buenos ejemplos de marketing emocional. Sin embargo, no basta con un eslogan distintivo para hacer destacar una estrategia de marketing. Una buena estrategia contiene argumentos racionales al tiempo que genera emociones. Existen diversos medios y métodos estratégicos para encontrar el equilibrio adecuado y conectar emocionalmente a los consumidores con el mensaje de la marca.