En 1956, IBM lanzó el primer disco duro de la historia (HDD por sus siglas en inglés). Este recibió el nombre de RAMAC 305 y entre sus características técnicas destaca el hecho de que pesaba más de una tonelada y tenía 5 MB de capacidad. La realidad actual es muy diferente. Los discos duros de hoy en día son capaces de almacenar varios terabytes (TB) para hacer frente a la constante carga de datos.
En lo referente a los tiempos de acceso de los discos duros mecánicos, los avances no han sido tan llamativos. Mientras que el rendimiento de los componentes de los ordenadores, como, por ejemplo, la potencia del procesador o la velocidad de los buses de los sistemas, ha experimentado un crecimiento importante en los últimos años, el rendimiento de los discos duros magnéticos habituales se desarrolla a paso lento pero seguro en lo referente al desafío de procesar cada vez más datos en el menor tiempo posible.
Los expertos presuponen que, en los próximos años, los discos duros tradicionales serán reemplazados por sistemas de almacenamiento alternativos. Las unidades de estado sólido (SSD) basadas en una memoria flash se convierten, así, en uno de los sucesores más prometedores. La aplicación de unidades SSD en el entorno de los servidores ya no es un fenómeno aislado. Los dispositivos de almacenamiento electrónicos son económicamente asequibles y, en los últimos años, la fabricación de servidores con almacenamiento mediante SSD ha tenido como meta aumentar los accesos de lectura y escritura y adaptar la vida útil de las unidades de almacenamiento SSD a los discos duros clásicos.