Como se ha dicho arriba, un primer paso consiste en consultar regularmente a la clientela. Si no estableces contacto con tus clientes, no puedes saber qué esperan de tu empresa y tus servicios y, a partir de los resultados, puedes esbozar tu estrategia a seguir. Por poner un ejemplo, en las situaciones en que la empresa y el cliente entran en contacto, como el teléfono de asistencia o en la tienda, suele generarse mucha insatisfacción. Es aquí donde podría invertirse en formación para que los empleados aprendan a gestionar estas situaciones encontrando el tono adecuado. No en vano, la consolidación de una gestión efectiva de reclamaciones contribuye a aumentar la satisfacción del cliente.
Con todo, en el sector no está claro del todo si es mejor satisfacer las expectativas o superarlas. Ser capaz de comercializar un producto de tal forma que se satisfagan deseos del cliente que ni él mismo sabía que tenía parece, de entrada, una gran ventaja sobre la competencia. Con todo, cabe preguntarse a cambio de qué, porque superar las expectativas implica una inversión enorme, mientras que el resultado es apenas mejor a la simple satisfacción de los deseos del cliente.
En parte, son las promesas del proveedor las que generan las expectativas. Si se asegura una cierta prestación y no puede cumplirse siempre, la satisfacción del cliente se reduce. Esto quiere decir que, o bien se reajusta la promesa, o se invierte en satisfacer las expectativas que se han creado.
En última instancia, la satisfacción del cliente mejora cuando la calidad del producto o del servicio se optimiza y, si tienes en cuenta las necesidades de tu clientela, es muy probable que a tu empresa le vaya muy bien mucho tiempo.