Específico: los objetivos deben formularse de la manera más precisa y concreta posible. Sobre todo, en las empresas del sector económico, es importante que la definición de los objetivos no deje margen a la interpretación, sino que el resultado que se espera esté bien claro. Además, el objetivo siempre se debe formular de manera positiva (p. ej., “Queremos volver a números negros” frente a “Queremos salir de los números rojos”.)
Medible: el objetivo debe formularse de manera que su consecución se pueda comprobar objetivamente. Debes definir marcadores fiables, por ejemplo, la facturación mensual, el número de conversiones al mes o el número de ventas por trimestre. No obstante, no todos los objetivos se pueden medir a través de cifras indicadoras cuantitativas. En estos casos, debes usar marcadores cualitativos, como la satisfacción de clientes o empleados y registrar estos datos, por ejemplo, con una escala.
Atractivo: todos los implicados deben aceptar el objetivo y estar motivados para lograrlo. Sin este tipo obligación y sin una conexión emocional con el objetivo, las probabilidades de éxito son muy reducidas.
Realista: para que los objetivos puedan alcanzarse y los empleados acepten su parte de responsabilidad, los objetivos deben ser realistas. Pueden ser objetivos exigentes, pero el equipo debe tener la posibilidad de superar el listón. Si el objetivo parece utópico, cualquier ápice de motivación se desvanece rápidamente. Para formular un objetivo realista, debes tener en cuenta los recursos y el tiempo disponibles.
Finito: cada objetivo debe vincularse a una fecha concreta. Si los empleados cuentan con una meta clara y visible, estarán más motivados. De esta forma evitarás, además, que los miembros del equipo caigan en la procrastinación y pospongan sus tareas continuamente. También debes explicar al equipo que los resultados se comprobarán en una fecha concreta. Así el equipo contará con un estímulo adicional.