Ya sea por buena disposición, ambición profesional o miedo: aquellos que se descubren a sí mismos trabajando más de lo acordado o por encima de sus propias fuerzas constantemente, deben tener presentes las consecuencias que eso tiene.
Suena duro, pero las personas que no pueden decir que no, toman el camino fácil, es decir, el que ofrece menos resistencia. Ese tipo de personas suelen huir de los conflictos con los superiores o los clientes. Prefieren aceptar infinitas horas extra y el estrés que ello supone antes de velar por sus valores y, mucho más importante, por su salud. Es algo que no funciona a largo plazo y que puede afectar a la propia satisfacción y a la de los compañeros, e incluso al éxito de la empresa.
Disfrazado de buena disposición y compañerismo, decir que sí constantemente puede suponer un perjuicio para los otros, ya que su rendimiento acabará comparándose con uno que no es real. No tardarán en ser acusados de falta de disposición, aunque lleven a cabo su trabajo tal y como se ha acordado en el contrato. Porque eso es lo único que el empresario puede exigir a sus empleados. Los que constantemente rinden más de lo que se les va a remunerar o de lo que establece el contrato de trabajo, devalúan con ello su propia capacidad productiva.