La intensificación del discurso público sobre la responsabilidad social de las empresas ha provocado que al concepto de compliance se le añada también un componente ético. Los stakeholders, es decir, los grupos de interés como clientes, trabajadores o habitantes cerca del recinto de las áreas de producción, esperan que las empresas no solo respeten la legislación existente, sino también las virtudes y los valores éticos habituales de la industria. Es decir, las empresas no deberían presentarse únicamente atendiendo a sus dimensiones económicas, sino también como ciudadanos corporativos responsables, atendiendo a la responsabilidad social corporativa (RSC).
Pero ¿qué se considera socialmente responsable? En principio, esto viene definido hasta cierto punto por los órganos de regulación y códigos conocidos. En algunos casos, especialmente si se trata de industrias más sensibles como el sector químico o el energético, se espera que la empresa tenga un código ético propio que aborde los principales conflictos de interés con los diferentes stakeholders de forma proactiva y directa. Una empresa cuyas actividades comerciales tengan un impacto ecológico debe ser transparente en la comunicación de su compromiso con la protección del medio ambiente y la sostenibilidad, haciendo frente a las críticas correspondientes. Esto puedo tener un impacto positivo en la credibilidad y en las relaciones comerciales.
Aun teniendo en cuenta que las empresas tendrían que aplicar el compliance por cuestiones de principios, una declaración de responsabilidad social corporativa también tiene mucho sentido desde el punto de vista empresarial. Aparte de una serie de sanciones económicas, el incumplimiento de las reglas también puede tener consecuencias no financieras, entre las que se encuentran la pérdida de reputación y confianza de los socios y los clientes. Incluso si más tarde se demuestra que las acusaciones son falsas, la imagen de la marca puede verse enormemente dañada.
En el caso de Volkswagen AG, una disculpa por parte de la junta directiva no fue suficiente para aplacar el descontento público que siguió a las revelaciones. Los institutos de investigación de mercado aseguran que la imagen del grupo está muy dañada. El escándalo puso de nuevo en primer plano la ya larga discusión sobre la necesidad de un cambio de paradigma en el transporte, lo que puso al mismo tiempo a la industria del automóvil bajo una gran presión.